LA SIBILA QUE ESCRIBE: 21 sept 2008

domingo, 21 de septiembre de 2008

El dinosaurio, de Augusto Monterroso

Les presento el cuento más breve de la literatura en español, según dicen. Su autor es Augusto Monterroso (1923-2003), guatemalteco y ganador del Premio Príncipe de Asturias en el año 2000.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

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Liter jazz fue un sueño que llevé a cabo, junto con Edgardo Pareta, en dramaturgia, dirección, producción y lectura escénica.

Fue un espectáculo que estrenamos en septiembre de 2008 en el que se proponía una cronología del jazz a través de la lectura de poemas de escritores -como Cortázar o Ginsberg- que amaron el género y de música en trompeta y piano con los temas más emblemáticos de Miles, Armstrong, Parker, Ellington y otros.
Si clikeás sobre las fotos podrás ver en grande las imágenes del estreno. Y más abajo tenés un video de uno de los cuadros del show.

¿Por qué Sibila?

Las sibilas eran las pitonisas que moraban en los oráculos. Muchas sabían la verdad, pero no la podían decir. Entre ellas, la más famosa es la Sibila de Cumas, de quien tomo su nombre para mi seudónimo.
Ella custodiaba el oráculo de Delfos y un día Apolo, su dios, le concedió un deseo, agradecido por un favor recibido. La Sibila se apresuró a pedir la vida eterna, pero ¡ay! se olvidó de pedir conjuntamente la juventud eterna.
La pobre pitonisa se fue degradando hasta quedar tan débil que lo único que deseaba era la muerte...
Lo último que se sabe de ella es que pidió estar en una vasija; ya no era más que unas ínfimas partículas vivientes.

Tal vez no fue muy afortunada la elección de mi seudónimo, tal vez sólo soy una partícula viviente que escribe, que intenta escribir para exorcizar, para esperar, para bailar con la muerte.

Este blog tuvo una etapa oscura, más tanática, que duró casi ocho meses, desde fines del 2009 a mediados de 2010; resurgió dramáticamente y se volvió a hundir. Pero no hay mal que dure mil años. Y volví. Más sibila.

Yo crecí en un Infierno. El infierno que cocinaron mis padres, que habían edificado mis abuelos, que planearon mis bisabuelos, que ideó el primer hombre que había sido el más inteligente o el más necio, ya no importa.
En ese infierno se podía reir hasta que se te salían los ojos de las órbitas, llorar hasta que las lágrimas reconstruyeran los ojos, suicidarse pero con sufrimiento y resurrección. Allí era obligatorio ser feliz, bajo pena de angustia si se lo era, había que trabajar sólo ocho horas pero sentir el cansancio de veinticuatro. Se debía elegir entre querer a una flor o a un perrito, pero dicha elección implicaba el desmembramiento del rechazado, optar entre el amor o el dinero, entre la salud o la vida eterna...

Todo esto lo comprendí después de muerta; es decir desde la vasija o lo que es lo mismo: desde el deseo incansable de llegar al último grano de arena.

Sibila de Cumas