viernes, 28 de marzo de 2008

Postales de mi ciudad I



El vendedor de flores

Cojeando cansado se acerca a las ventanillas de los autos. Arrastrando también la voz pone en compromiso a los conductores de deducir que vende las flores a vaya uno saber cuántos pesos.
¡Qué le importa! Ya no le importa nada, sólo vender estas malditas flores para que el día termine pronto...
Pero para qué. Si mañana otra vez el canasto estará lleno. Y hará calor o lloverá o estará más pesado que nunca, es decir igual que ayer y que pasado mañana. Y ese del Renault Megane que va con cara de culo, ¿qué derecho tiene? ¿Acaso le duele la pierna los días de humedad? ¿Acaso se muere de calor bajo este sol despiadado? Pobre, a lo mejor no le funciona el aire acondicionado. ¡Qué se vaya al carajo, ni siquiera mira a las flores de mierda! Esa culona se parece a la Tota. A esta hora la Tota estará llorando por lo del pibe o estará pensando en el hijo de puta de José. A ese un día...
-Dos pesos el ramo.
Un chaparrón repentino y el cojo junta el cesto de las flores que ya está vacío y se va caminando despacio, como si no sintiera las gotas de lluvia que poco a poco empapan su desabrochada camisa.

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