sábado, 29 de noviembre de 2008

Palabras cruzadas

(¡Hola, amigos! Hace tiempo que no posteo ni comento en los blogs amigos debido al cansancio típico de esta altura del año. Les pido disculpas a los que esperan mis visitas, pero sepan que al menos los leo y que pronto volveré renovada y tal vez con alguna novelita por hacer.
Mientras tanto los dejo con un ¿cuento? de 2004. Cariños a todos)



Un mensajero en bicicleta da vuelta las esquinas escondido bajo grandes ramos de flores. Cuando retira un pétalo rojo que obstruye su visión ya es demasiado tarde. Un vehículo, que pasa por el lugar equivocado y en el momento no convenido, lo mata antes de poder darse cuenta.

Días antes, en una reposera, alguien había tomado una decisión, La había meditado horas, semanas. No había sido fácil decidirse. Todavía dudaba. Para superar la incertidumbre había contratado a un mensajero que le daría materialidad a su deseo. Y lo envió.

Días después, en paños menores, otro alguien se preguntará el porqué de su vacío. Se mirará al espejo y pensará que allí no hay nada. Sonreirá y llorará, aunque en el fondo sabrá que nunca el príncipe azul golpeará su puerta. Y resignada, recostada, leerá en el diario la estúpida noticia de un ciclista atropellado.



Copyright 2004

domingo, 9 de noviembre de 2008

Maldiciones benditas II


Yo crecí en un Infierno. El infierno que cocinaron mis padres, que habían edificado mis abuelos, que planearon mis bisabuelos, que ideó el primer hombre que habrá sido el más inteligente o el más necio, ya no importa.
En ese infierno se podía reír hasta que se te salían los ojos de las órbitas, llorar pero a escondidas, suicidarse pero con sufrimiento y resurrección. Allí era obligatorio ser feliz bajo pena de angustia sino se lo era, había que trabajar sólo ocho horas pero sentir el cansancio de veinticuatro. Se debía elegir entre querer a una flor o a un perrito, pero dicha elección implicaba el desmembramiento del rechazado, optar entre el amor y el dinero, sabiendo que lo elegido no sería suficiente sin la ayuda de lo otro, igual elección e insuficiencia entre la salud y la vida eterna.

Todo esto lo comprendí después de muerta, es decir desde la vasija o lo que es lo mismo: desde el deseo inalcanzable de llegar al último grano de arena

Sibila de Cumas


Copyright 2004 Verónica Rodriguez

lunes, 3 de noviembre de 2008

Maldiciones benditas I



El paraíso era donde ella estaba. Como desde siempre. ¿Usted no me cree? ¿Quiere una prueba?
¿Qué le puedo decir que no se haya dicho ya? Hablar de sus caderas, de sus ojos de mar, de su voz melodiosa...me parece ultrajarla.
La prueba es, soy yo.
Usted no me creería si yo le contara...el olor de su sexo, la fragancia de sus cabellos, la acritud de su piel. Pero hablarle es violarla.
¿La prueba? Mis manos, la punta de mis dedos, las huellas que en ellos quedaron.
Escribirla es matarla. ¿Por qué me obliga a eso? Le contaría de sus movimientos acompasados, de sus salvajismo o de su laxitud. Le contaría....pero, ¿para qué?
Es insistente, ¿eh? ¿No cree que yo pudiera haber estado con esa mujer?¿No la ve tallada en mis pupilas?
Ella no caminaba, ¿sabe? Volaba. Como un ángel. Posaba sus pies descalzos sobre mi vientre y yo sentía el peso de una pluma.
¿Qué quiere? ¿Que la desnude para usted? ¿No fue prueba de todo esto mi silencio hasta hoy, esta falta de voz, de escritura, que usted se atrevió a interrumpir?
Ella no me perdonará, no creía en las palabras, se bebía todas la tintas, todos mis sonidos y me daba a cambio el Edén, nada más

El infierno es volver a ser escritor.




Copyright 2004