lunes, 19 de mayo de 2008

La cita II (continuación)

La cita II

La mujer llega diez minutos antes al bar de la calle Corrientes. Quiere anticiparse para elegir mesa, prepararse, manejar la situación.
El hombre llegará quince minutos tarde. Quiere llegar puntual pero una manifestación por las calles del centro lo demorará.
Ella se ubica al lado de la ventana, en el fondo, en línea directa con la puerta. Apunta.
Él no cree en su mala suerte, el taxi no se mueve. Salió antes de su trabajo para llegar a la cita pero ahora parece que no puede disparar.
La mujer se impacienta, toma el libro, lo abre, lo ojea, lo cierra, lo tapa con la servilleta. Observa. Mira el reloj. Las seis en punto. Entra un hombre solo. Muy viejo. Que no sea. Que no sea.
El hombre le indica al taxista que vaya por otro camino, que se apure. Que lo espere, que lo espere.
Ella pide un agua mineral. Boca reseca, corazón acelerado, ¿palpitaciones? Entra otro hombre, alto, buen porte. No lleva flor. El libro se asoma, incita. No aparece la flor. El hombre se acerca, parece que quiere hablarle. No lleva flor. Sigue de largo, va al baño.
Él no quiere escuchar más al taxista que parlotea sobre política. Apoya la flor en el asiento. Se inclina hacia delante para guiar al chofer. Quiere llegar rápido. Son las seis y cinco.
¿Cómo es posible que se demore en la primera cita? Son las seis y diez. Es una descortesía de su parte. Y tan caballero que parecía por chat. ¡Príncipes azules que destiñen tanto!
¡Malditos piqueteros! ¿Uno no tiene derecho a circular por su ciudad? ¿Uno no tiene derecho, una vez en la vida, a tener una cita?
¿Todo le tiene que salir así, qué hizo mal esta vez? ¿Por qué no llega? ¿Y si era el primero, con la flor oculta, y cuando la vio se avergonzó al verla tan joven y se fue? ¿Y si era el segundo y la vio vieja? ¿Y si mejor se va?

La mujer llama al mozo y paga. El hombre le pide al chofer que lo deje en la esquina y paga, prefiere caminar media cuadra y no dar más vueltas en el taxi. Ella va hasta el baño a buscar su cara en el espejo, no quiere llorar, se retoca el rimel. Él camina veinte metros y se acuerda de la flor olvidada en el auto. Retrocede, corre hasta la esquina, pero el taxi ya no está. Vuelve hacia el bar, entra apresurado. Se choca levemente con una mujer cabizbaja que sale. Busca con la mirada. Una pareja, un hombre, otro hombre, un grupo, tres mujeres. ¿Se le habrá hecho tarde?
Ella en la puerta duda, duda una vez más. ¿Se le habrá hecho tarde o no vendrá? Mira el reloj. No puede esperar más de quince minutos en la primera cita. No quiere empezar con el pie izquierdo. Por la esquina pasan taxis. Se va hacia allá.
Él da vueltas por el bar, se acuerda de la mujer que recién salió, mira hacia la puerta y la ve alejarse, le pregunta al mozo si tenía un libro. El mozo duda, no se acuerda, puede ser. Sale del bar, la busca, ve la espalda de esa mujer que para un taxi en la esquina, cree que es su taxi. Le hace señas. No lo ven.
La mujer se sube al taxi y ve una flor roja en el asiento. Llora y sonríe a la vez. Le va a avisar al taxista, pero éste comienza a hablarle de la manifestación. Entonces no le dice nada. Toma la flor con sus manos cuidando de no lastimarse con las espinas y decide que esa rosa roja es para ella.


¡Ya veremos cómo se excusa por chat!