miércoles, 27 de agosto de 2008

La vida, ese sueño

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Un ilusión.
Una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Calderón de la Barca


Claudio no tenía la facultad de soñar. Ni en colores, ni en blanco y negro, ni con sonido, ni mudo. No soñaba.
Sólo se dedicaba a esperar a la mujer que, por costumbre del lenguaje, llamaba la mujer de sus sueños.

Un día ella apareció tal cual él la deseaba, con todos los atributos y hasta con los pequeños defectos presupuestos que la hacían aún más perfecta. Y ese día fue inmensamente feliz. Había aprendido a soñar.
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domingo, 24 de agosto de 2008

El sueño de


Juan soñaba todas las noches el mismo sueño.
- ¿Qué soñás?-le pregunté.
- No lo sé.
Y era verdad. No sabía qué era lo que soñaba, sólo sabía por intuición que siempre era lo mismo.
- ¿Cómo sabés que es el mismo sueño?- le preguntaba yo obstinadamente en todos mis sueños.

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domingo, 17 de agosto de 2008

Postales de mi ciudad V


Huecos de secretaria

¡Ya ni se puede caminar por la ciudad a esta hora! ¡¡Las nueve y cinco!! Otra vez llego tarde. ¿Estará Sergio? Si está, le histeriqueo un poco para que no me pase el tarde y chau. ¡Qué tonta! ¡Me olvidé de retocarme los párpados! ¡Se me notará que no difuminé el marrón? Como el otro día, cuando salí con Pablo. ¡Qué vergüenza! ¿Por eso no me habrá llamado más? ¿Qué le habrá pasado? Igual era un aburrido. Cuando empezó con lo del cine iraní casi me muero del embole. ¡Ay!, no me tengo que olvidar de que hoy tengo turno con el masajista. Leí en la revista que me prestó Marita que las tensiones son las que me pueden estar generando estos dolores. Pero yo no creo que la tercera separación de mis viejos, esta vez porque papá se fue con alguien de mi edad, tenga algo que ver. ¡Ayyyyyy! ¡Se me corrió la media! ¡Debe haber sido en el subte! ¡Qué desastre! ¡Odio que me pase esto!


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miércoles, 13 de agosto de 2008

Escribir por encargo
Escribir para concursos
Escribir para recuperar
un amor
una flor
Escribir por catarsis
por miedo
por timidez
Escribir de costado
Escribir denostada
Escribir devorándome
Escribir nunca
para hoy
Escribir triste
siempre escribo triste
Escribir presa
de mis textos prostitutos


No es angustia
y sin embargo
ocupa hasta el renglón


Mi letra se desdibuja
se esconde
se llora


Llenar el vacío estúpido
incoloro
insípido
provocador
de la página
de la hoja
de la pantalla
de la piel
del hueso
de la memoria
insomne
maltrecha
borrada
en todos los idiomas


Me v o y e n l e t r a s


El camino
de saliva

de sudor
de sexo
de agonía
de silencio



desolación



una palabra vasta





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La foto corresponde a Epecuén en la actualidad, ciudad sepultada bajo las aguas saladas de la laguna.

martes, 12 de agosto de 2008

Postales de mi ciudad IV


La calle del chico


Menos mal que está aflojando el frío. Se me congelaban las bolas, se me congelaban. Y el poxi no me alcanza pa olvidarme.
A ver qué consigo hoy.
Ahí viene el hijo de puta del kiosco, sorete. Vas a ver lo que te hago hoy. Un sándwich de mierda que te pedí. Preferís tirarlo.
Ya le voy a dar tu dato al Roli. Vas a ver si ése te la perdona como yo.
A la final los que están con Roli están mejor. Y yo acá, garroneándola y cagándome de frío.
Pero hago lo que quiero y algunos días no son tan malos.
- Eh, doña Marta –la vieja de los mandados. Siempre algo me da. ¿Sólo un pan hoy? ¡La próxima que le lleve la bolsa magoya!
El puto del kiosco. Ya lo voy a agarrar y le quemo el tacho como la otra vez. ¡Ja!. No está tan mal el pan este a la final.


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domingo, 10 de agosto de 2008

Del juego final



La grieta no parecía ceder. Yo siempre deseé y temí el momento en que eso sucediera. Pero ésta no es mi quimera, es de ella. Y debería continuarla.
¿Cómo narrar una historia de pedazos, hecha añicos por la necia obstinación de que todo continúe igual?
La grieta no quería ceder. Ella tampoco. Si digo que toda su vida era el precio que había pagado para llegar allí, no cuento demasiado. Habría que relatar, si fuera posible, cada minuto de cada hora, cada uno de aquellos sesenta segundos de desprecio y lástima de sí misma, de amor y odio contra sí y el mundo, para comprender la llegada inoportuna de ese momento.
La grieta no podía ceder. Intentemos atarnos a este relato, el de Eva, el mío. Ella lo había intentado todo, incluso entenderlo, incluso perdonarse. Peor ya estaban en las últimas páginas de un libro mal contado. Continuaba por inercia, pero el final era evidente.
La grieta no debía ceder.

Hasta que fue traspasada y ya no hubo juego ni final.

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