lunes, 3 de noviembre de 2008

Maldiciones benditas I



El paraíso era donde ella estaba. Como desde siempre. ¿Usted no me cree? ¿Quiere una prueba?
¿Qué le puedo decir que no se haya dicho ya? Hablar de sus caderas, de sus ojos de mar, de su voz melodiosa...me parece ultrajarla.
La prueba es, soy yo.
Usted no me creería si yo le contara...el olor de su sexo, la fragancia de sus cabellos, la acritud de su piel. Pero hablarle es violarla.
¿La prueba? Mis manos, la punta de mis dedos, las huellas que en ellos quedaron.
Escribirla es matarla. ¿Por qué me obliga a eso? Le contaría de sus movimientos acompasados, de sus salvajismo o de su laxitud. Le contaría....pero, ¿para qué?
Es insistente, ¿eh? ¿No cree que yo pudiera haber estado con esa mujer?¿No la ve tallada en mis pupilas?
Ella no caminaba, ¿sabe? Volaba. Como un ángel. Posaba sus pies descalzos sobre mi vientre y yo sentía el peso de una pluma.
¿Qué quiere? ¿Que la desnude para usted? ¿No fue prueba de todo esto mi silencio hasta hoy, esta falta de voz, de escritura, que usted se atrevió a interrumpir?
Ella no me perdonará, no creía en las palabras, se bebía todas la tintas, todos mis sonidos y me daba a cambio el Edén, nada más

El infierno es volver a ser escritor.




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