martes, 6 de marzo de 2012

Salomé de chacra, o la cabeza de Kartun en bandeja de plata

La valentía del escritor consiste en enfrentarse a la página/pantalla en blanco, literalmente, en pelotas. No dejarse tentar por voces ajenas, actuales o del pasado, ni por tramposos ardides como la rescritura, el parafraseo o la autorreferecia. Cuando esto último sucede, es que uno ya está en la cima (de uno mismo, ¿por qué encima de quién se pude estar sino?) o ya está viejo y cansado.

¿En qué antípoda ubicar entonces a mi admirado Kartun luego de ver “Salomé de chacra”, su última pieza teatral?

La obra vuelve a hablar, como ya lo hiciera “Ala de criados” y otras de su autoría, de las bajezas de los argentinos, del abuso de poder de la clase alta, de los silenciamientos a los disconformes o rebeldes, de los intentos frustrados de la clase baja por acceder a sus sueños. La obra vuelve a tener actuaciones brillantes, de esas que quedan grabadas como una sinestesia en la memoria (pienso en Oski entrando a escena, recuerdo a Laura Moyano diciendo “la metáfora es cosa de putos”), vuelve a desplegar una escenografía escueta, artística y original, vueve a tener una dirección inteligente e implacable. La obra vuelve a mostrar un ping pong deleitable entre sus personajes, un trabajo con el lenguaje que asombra, encanta y seduce hasta el hartazgo…

En esta obra asistimos al regodeo del dramaturgo con el sonido de sus palabras, con la estructuración de las frases, con el juego del lenguaje hasta lo metalingüístico y autorreferencial; a punto tal que notamos, como espectadores, la vacilación hacia el cierre, porque es una obra que no quiere acabar. Le lleva diez minutos al autor enamorado de su obra ponerle el punto final (y cuánto extrañamos mientras nos movemos en nuestras butacas el cierre magnífico de su anterior y referida obra: “la semana trágica en que me hice poeta”) En cambio aquí, asistimos a un fin que se dilata tanto hasta diluirse.

Es cierto que el lenguaje esta llevado a su máxima expresión, es una exquisitez y cuenta con el aditamento de traspolar magistralmente el mito bíblico de Salomé y el teatro clásico a un chaperío argentino. Pero también es cierto que “Salomé de chacra” juega con los mismos elementos (probados y premiados) de “Ala de criados”, repite su estructura, sus líneas de tensión y denota un método de trabajo repetitivo que no se anima al riesgo y la innovación. Tal vez, si lo que se busca sea el éxito teatral, ése sea el camino; sin embargo, si uno se considera más escritor que director, tirarse a la pileta debería ser una condición, ¿no?

Entonces, mi querido Kartun, con toda la humildad de quien no puede escribir una obra de tal envergadura (y menos dos) y con la exigencia de una pupila hacia su maestro, ¿no creés que con tu Salomé te dedicaste a un onanismo acorde y discorde con tu figura de dramaturgo consagrado?

1 comentario:

Anónimo dijo...

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